Mi primera vez

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Era una noche húmeda, con olor a barro mojado y puesta de sol prematura, era semana de fiestas, de casetas, norias, y carritos de nubes de azúcar. Un verano de recuperaciones de matemáticas y física.
Y Marta había sido siempre la niña marimacho, la mejor bajando cuestas en bici y un prodigio con el balón en los pies.
En el henil contiguo a su casa departíamos impresiones sobre las descalibradas escopetas de balines de la caseta de tiro, ella decía que estaban perfectas, que yo era malo.
Me abalancé sobre ella para hacerle cosquillas y vengarme por su pitorreo, de manera que sin darnos cuenta, entre risas y forcejeos acabamos el uno sobre el otro y mi mano en su pueril pecho.
Marta me miró a los ojos y me robó un beso, y la rana se tornó en princesa. Nuestros cuerpos retozaron, nuestras ropas se hicieron molestas, y entre el heno del pajar unímos nuestros cuerpos entre caricias y verguenzas virginales.