AMANTES LEJANOS

Cinco velas con fragancia de canela iluminaban tenuemente la habitación de Clara. Tumbada en la cama i despojada de toda ropa, Clara ensortijaba las sedosas sábanas de su lecho de amor en torno a su rizado pubis, con lasciva intermitencia y libertinos pensamientos. Su corazón latía apresurado, víctima del anhelo sexual i prisionera de su sugestión.
Sus manos se desplazaban con templanza por su cuerpo en erótico peregrinaje. Sus prietos senos, erguidos en placentero dolor, eran restregados por sus nerviosas manos.
Una furtiva mano descendió hasta el valle del placer, allí, tres dedos masajeaban al ritmo de la música celestial, guiados por la imaginación.
Desde la entreabierta puerta de su habitación, Matías presenciaba la sensual escena, buscando en su onanismo la manera de ser partícipe del sublime acto. Con mueca torcida, reprimiendo delatadores aullidos, el clandestino espectador precipitó su esencia.
La triste cobardía que les impedía manifestar su amor mutuo, los convertía en amantes lejanos, conformados a su propia fantasía.